En las últimas décadas los Estados han desarrollado densas institucionalidades ambientales orientadas a domesticar el crecimiento económico, conforme a las recetas del desarrollo sostenible. Se ha desplegado, así, una amplia variedad de políticas públicas e instrumentos jurídicos encaminados a contener y controlar de forma preventiva los impactos de las actividades económicas, impulsar el desarrollo de tecnologías verdes e incidir en los patrones de consumo de la ciudadanía. Este camino ha cosechado sin duda algunos logros significativos. Sin embargo, la verdad incómoda de nuestros tiempos es que la humanidad vive inmersa en una catástrofe silenciosa que avanza, a ritmos estrepitosos, en dirección a los límites planetarios y el colapso climático, agravando las desigualdades sociales existentes.  

En este escenario, son cada vez más numerosas las voces que entienden que la crisis ambiental en el siglo XXI es también la crisis del imaginario solucionista con el que ha sido abordada hasta ahora. Y estas voces no llegan solo de las corrientes de pensamiento más críticas, sino también desde actores que han tenido un papel muy significativo en la construcción del actual sistema de gobernanza mundial del medio ambiente. Por ejemplo, Dennis Meadows, desde hace años, viene afirmando que es demasiado tarde para hablar de desarrollo sostenible y que es necesario transitar hacia un nuevo paradigma que ponga en el centro la noción de resiliencia a largo plazo para hacer frente a los cambios radicales que se avecinan.  

Por su parte, el relator especial de Naciones Unidas sobre extrema pobreza y derechos humanos, Philip Alston, en un informe de 2019, acuñaba el término “apartheid climático” para calificar el actual contexto, en el que mientras la población acaudalada paga para huir de las olas l de calor, el hambre y los conflictos, el resto de la población no tiene otra opción más que sufrir las consecuencias del cambio climático. Asimismo, advertía que los derechos humanos no van a sobrevivir los bruscos cambios que se avecinan y acusaba a Naciones Unidas, los Estados, el mundo corporativo e incluso las ONG, de haber subestimado la urgencia y la magnitud de las amenazas ambientales.

El desarrollo sostenible es en realidad solo un relato tramposo con amplios puntos ciegos y altas dosis de autoengaño. Es solo una determinada manera de entender la naturaleza y la posición del ser humano en ella, una determinada manera de articular las relaciones de causalidad y conectar los asuntos ambientales con las injusticias sociales y una determinada forma de entender la agencia humana. El desarrollo sostenible se ha expandido globalmente, como narrativa oficial de la crisis ambiental, arrinconando a su paso una gran diversidad de narrativas, explicativas y axiológicas, que, en el actual escenario, deberán jugar un papel muy importante: desde el paradigma de la justicia ambiental al ecofeminismo, pasando por el ecomarxismo, las teorías del decrecimiento o el Buen vivir.   

CICrA Justicia Ambiental nace con la vocación de dar voz y contribuir a la expansión de estas otras ecofilosofías críticas, a través de lo que De Sousa Santos denomina trabajos “teóricos de retaguardia”, y aspira a desarrollar herramientas prácticas para dar apoyo a la labor transformadora que desempeña un gran número de actores que comparten como asidero teórico estas narrativas.   

Referencias:

DE SOUSA SANTOS, Boaventura. Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología del sur, Lima, IILS, 2010.

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